6 de marzo, 2016

Lealtad

Un clásico ejemplo de algo que a todos nos suena a virtud, siempre. Si bien es debatible, podemos interpretar la lealtad como la condición de ser confiables, fieles, siempre presentes, incondicionales.

Suena tan maravilloso que enceguece nuestra percepción y nuestro poder de evaluación. Aquella persona leal a otra, o a una idea o proyecto, siempre lo defenderá, lo sostendrá y hará lo necesario en pos de su progreso. A veces se espera de la lealtad tanto que la misma se manifiesta de forma desmedida y es tan incondicional que viene de la mano con un tinte de fanatismo.

Las raíces del concepto de lealtad se remontan a la antigüedad, donde la sagrada premisa de ser honorable, honesto, y fiel al servicio de un señor era la forma no sólo de conservar la reputación e importancia de uno, sino también de evitar que te arranquen la cabeza de un día al otro. Siendo las vidas ajenas tan poco valiosas para los de arriba, obligaba a los de abajo a cumplir y complacer a sus *"superiores"* infinita e inexorablemente. A partir de entonces es indefectiblemente correcta y necesaria en una persona de bien.

Pero, es realmente así? Esa lealtad hoy es obsoleta. La lealtad hacia una persona o proyecto es mucho más delicada. Implica la certeza de que abogaremos por otro de forma voluntaria pero absoluta; pase lo que pase, porque somos leales. Vamos a ser leales a un amigo, a un jefe, a un político, a un artísta, pase lo que pase, porque ser leal es una gran virtud. Pero esta lealtad a veces no reconoce los límites de la ética, la moralidad, la legalidad o la seguridad. Está bien, entonces, ser leal a alguien a pesar de advertir después que es un asesino en serie, un estafador o un simple mentiroso?

Estamos dispuestos a defender algo en pleno conocimiento de su ilegitimidad, falsedad, o falta de autenticidad, como inequívoco porque es el deber de aquel que es leal? Y por consecuencia, formar parte de ese marco de inmoralidad?

La lealtad es un concepto maravilloso pero peligroso. No es buena de por sí, sino contextualizada en conjunto con todos los factores implicados. Hay que ser leales a un ideal, a un gran objetivo, a una misión, pero siempre estableciendo los límites de nuestra y sólo nuestra moralidad.